lunes, 11 de octubre de 2010

sin titulo

El cielo fue tomando aquel tono gris de recuerdos. Odio aquellos momentos donde llego a encontrarme, después de haber hecho todo para olvidarme, allí estaba yo, frente a mí, frente a la fila de recuerdos manchada con un polvo somnoliento. Son un montón de muebles que uno deja en la azotea expuesta al sol y al frio, deshaciéndose poco a poco hasta que solo queda cenizas. Realmente odio recuperar aquella fila de libros donde oculte algún momento de nostalgia, pero la curiosidad siempre fue más que cualquier otra voluntad. No quiero encontrar nada, no busco nada, pero me llaman, no quieren que les deje sepultados en el cementerio del tiempo, pide casi a gritos que los lea. Pienso un momento. Sé que si los regreso a la vida destrozaran todo lo que hasta ahora he logrado, aunque no sea mucho, no quiero, realmente, no quiero encontrarme de nuevo.
Una catarata de lágrimas brota en la primera hojeada una ausencia de tiempo en la siguiente y en el resto un vacio de momentos que siempre oculte para no encontrarlos nunca. Odio encontrar un “nada” en estos muebles, odio subir a la azotea y encontrar aquella sombra que profana mis recuerdos. En un tiempo pasado me vi amenazado por mis propios ojos, emanaban un fuego intenso, capaz de consumir mi vida, capaz de imitar el aullido de los perros que recorren las calles en la noche. Aquella mañana lejos del tiempo y el infinito, me vi reflejado en un sujeto que se sentó a mi lado, en un principio no me reconocí por los lentes que traía, mucho menos por el perfil, pero cuando me miró, una ventana hacia el vacio se abrió en sus ojos; un saludo silencioso y una sequedad de espacio abrió el hilo de la conversación.
...continuá...

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